jueves, 22 de mayo de 2008

Maldigo tu boca cuando no me besa

Maldigo tu boca, pienso, mientras la acercas a la mía sin intención de rozarla.
Maldigo la distancia, causal de este deseo incontenible.

Cuento, en medidas absurdas, el espacio faltante para que mis venas me quemen el cuerpo cuando, en un arrebato, rompo la calma para estar cerca, tan cerca, y aun tan lejos de ti.

Vaga mi mente destrozando calendarios y, en un sobresalto, mi corazón se detiene al saber que hoy, como ayer, no me arrebatarás el alma mordiéndome la boca.

Porque tú, ajeno a mis pensamientos, hablas para no escuchar las voces que revientan en mi pecho, haciendo que mis ojos acuchillen en vano tu indolencia.

Y te odio para siempre, hasta que me ves como si fuera la primera vez, intensificando mis ganas, ignorando esta obscena adicción que electrifica mis piernas, acrecentando este censurable deseo de tomarte hasta la locura.

Olvida que no me perteneces y ahógame en un instante eterno que separe mis labios para enlazarlos en tu boca.

Bésame pronto, y arráncame el veneno que me condena, que me desarma, ese veneno que me inyectas con las palabras que pronuncias mientras me consumes.
Bésame pronto, porque maldigo tu boca cuando no me besa.

Javiera Alfaro Nash, Fotografía Periodística

Promesa número uno

No era que fuese el primero, ni mucho menos el último, sin embargo, era el más esperado por mucho tiempo. Desde kilómetros atrás, se podía ver el abrazo previo al olor de sus labios.

Y no pasaron muchos segundos entre lo uno y lo otro, mas dentro de él, los minutos no lo tocaban…y forzaron a los segundos a frenar con un beso.

Y así estiramos el tiempo entre mi aliento y el suyo.

El espacio y el tiempo, simplemente parecían no existir. Reposábamos en cortas y tímidas miradas, que hablaban sobre lo mucho que se deseó ese momento, ese abrazo y ese beso.

En una mezcla de latidos, seguíamos el ritmo de estos compases al rozar nuestros dientes, embargados por la emoción del reencuentro. Y con sus labios aferrados a los míos, como si no se fueran a ver más, sellamos la promesa e retomar nuestro andar.
Miguel Rodríguez, Fotografía Publicitaria

jueves, 15 de mayo de 2008

Los 5

Son cinco amigos y pertenecen al centro abierto “Copito de Nieve”, de Las Ramadas de Tulahuén, en la IV Región.

Sofía es la mayor, tiene tan solo 10 años y de inmediato demuestra su jerarquía dentro del grupo. Ella posa justo en medio de todos; con mucha seguridad cruza los brazos y sonríe para su público que se encuentra detrás de la lente.

Pedro y Tomás. Ellos comparten edades, ocho inviernos y ocho primaveras, respectivamente. Pedro, el más tranquilo de todos, mira fijamente a la cámara, mientras lo sostiene un muro de piedras no del todo uniformes. Su rostro deja entrever nerviosismo y timidez, hecho que también se refleja en su postura. En eso aparece Ludmila, la más pequeña del grupo con sólo 5 años, que toma del brazo a Pedro y se apoya junto a su hombro para darle tranquilidad.

Ludmila posee un rostro angelical y una sonrisa coqueta, aunque al igual que su amigo, no logra disimular una leve timidez, escondiéndose tras las piernas de su compañero.

Tomás, por su parte, se deja caer en el muro con cierta soltura, los brazos en la espalda y una mirada descuidada. A él no le gustan mucho las fotografías, y le parece más divertido mirar las morisquetas de su amigo Panchito, quien es todo un personaje. Con 9 años es el más desordenado y pinganilla del grupo. La camisa fuera del pantalón y el chaleco amarrado a cintura lo delatan. Su especialidad son las bromas y las morisquetas, aunque en esta ocasión tiene toda la intención de mirar a la cámara y tomarse las cosas en serio. Pero, justo un rayo de luz le juega una broma, el que le pega de lleno y le desfigura el rostro, aun así con mucha dificultad, trata de defenderse, haciéndole un guiño con su ojo izquierdo.

Pero ya es tarde, el enfoque y disparador están listos... Los 5 quedaron inmortalizados para siempre.

Francisco Valdés Ritz, Fotografía Periodística

martes, 6 de mayo de 2008

Canicas

Ayer fui a la casa del Seba. Cuando llegué, él escarbaba la tierra con las manos buscando una bolita . No le pregunté nada, sólo me dediqué a observar la canica. Sentí mucha nostalgia porque me trajo recuerdos de mi niñez.

Tuve mil canicas de todos los colores y tamaños. Mi papá me ayudaba a conseguirlas. Jugaba con mis amigos del barrio, casi siempre les ganaba y así conseguía cada vez más…¡Era tan entretenido!

Pienso. ¿Dónde habrá ido a parar mi colección? No lo sé.

Sólo sé que ese día jugué con el Seba a las canicas y tuve la tarde más entretenida que no había tenido en años.


Ingrid Rivera, Fotografía Publicitaria